17 de diciembre de 2017

¿De qué color es el cielo?

Me siento raro, todo a mí alrededor se siente diferente el día de hoy. Estoy solo, en medio de la carretera y por ningún lado encuentro mi auto, aquel Chevrolet Cavalier modelo 1988 que mi padre me regaló el día que me incorporé de la Escuela de Ingeniería. No recuerdo cómo llegué hasta aquí, pero por ahora no me queda otra opción más que caminar hasta encontrar ayuda...

Todo es extraño. A pesar de haber lluvia no estoy mojado; intento correr, pero no puedo pese al esfuerzo que hago; veo a los pájaros flotar inmóviles en el cielo y, hablando de cielo, este es de color púrpura.

Tras caminar pocos minutos, lo que es raro porque la carretera se extendía hasta donde alcanzaba la vista, me encuentro en el interior de un pueblo bastante sobrio en donde todas sus habitantes, por alguna razón, usan grandes abrigos blancos. Pido ayuda a cada persona que encuentro en la calle, pero nadie parece escucharme, ni siquiera voltean a verme. Todos continúan con sus actividades como si yo no estuviese junto a ellos.

De pronto, siento una palmada en mi hombro y una voz quebradiza de angustia me dice entre sollozos: “Despierta, hijo… Despierta.” 
Reconozco esa voz, es la voz de mi madre. Volteo de inmediato, pero solo la veo alejarse de mí rápidamente. Corro tras ella, pero tropiezo y caigo al suelo.

Me sacudo bruscamente y abro inmediatamente los ojos. Estoy recostado en el sillón de mi sala frente al televisor. Parece que todo se trató de un sueño. 
Me desperezo estirando los brazos mientras camino hacia la cocina en busca de algo de beber. Apenas voy entrando a la cocina cuando suena el teléfono, por lo que regreso a la sala para atenderlo.

–¿Aló? –digo entre bostezos.

–No me dejes. Despierta por favor –responde mi novia, de forma intranquila, del otro lado de la línea.

–¿Por qué dices eso? –digo intrigado.

Ella no me escucha, continúa hablando sin darme oportunidad de responder y de pronto cuelga el teléfono. 

–¡Qué extraño! –pensé–. Será mejor que vaya a su casa para hablar personalmente con ella. 

Voy por las llaves del auto que siempre las dejo en una mesita debajo de un gran reloj de pared que tengo en la sala, pero al llegar ahí me doy cuenta de algo: las manecillas del reloj se mueven muy rápido, en sentido contrario al habitual y señalan la media noche. 

Dirijo mi mirada al reloj que llevo en la muñeca y este hace exactamente lo mismo; las manecillas se mueven como locas e indican la media noche.

–¿Qué les pasa a estas porquerías? Además, ¿Cómo puede ser media noche si aún hay luz del sol afuera? –pensé.

Me asomo por la ventana y… ¡Mierda! El cielo es púrpura. ¡¿Acaso estoy soñando de nuevo?! Esto es una locura.

Corro desesperado hacia la puerta de mi casa y, al abrirla, me recibe una luz cegadora...
Después de varios segundos, abro lentamente los ojos y me doy cuenta que aquella luz proviene de una lámpara que está justo sobre mí y yo estoy recostado en la cama de lo que parece ser un hospital. A mi lado derecho, sentadas en un sillón, se encuentran mi madre y mi novia suplicando que despierte.

Al darse cuenta que por fin abro los ojos, ellas con alegría se ponen de pie y, entre llantos, llaman al médico que me ha estado atendiendo. Tras realizarme un chequeo general, el médico nos deja nuevamente a los tres a solas. Mi novia sostiene dulcemente mi mano y mi madre intenta explicarme que tuve un accidente en el auto y permanecí inconsciente todo el día. 

Estoy confundido y adolorido, pero muy contento de verlas. Aun así, lo que más quiero en estos momentos es salir a la calle y asegurarme de que el cielo no sea púrpura.

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