El otro día me echaron un maleficio
Una de las cosas que más me gusta hacer en mis ratos libres es caminar, así de simple, caminar. Es un buen ejercicio y sale barato, la combinación perfecta.
Hace un par de semanas di un merecido paseo por uno de los bulevares más grandes de la ciudad, era alrededor de las 6:30 pm y, por fin, el sol se ocultaba dando paso a toda la psicosis que trae la noche. Andaba a paso constante, ni lento ni rápido, y dirigía la mirada en distintas direcciones apreciando a todos los artistas callejeros que con su música, sus bailes y sus maromas atraen a la gente que transita por la avenida.
De entre la multitud salió una mujer hacia mi dirección. Ella era blanca, como de unos 50 años, llevaba un largo vestido de colores y tenía su cabeza cubierta con un pañuelo del que colgaban monedas.
Intenté ignorarla y continuar mi camino, pero ella aligeró su paso y, estirando su mano como si quisiera tomar un taxi, me decía: “Disculpe, señor ¿Tiene un momento?”
Me detuve, giré hacia ella y le dije: “Claro, aunque estoy con algo de prisa.” Obviamente no tenía prisa de ir a ningún lado, pero ya me imaginaba que esa señora me iba hacer perder el tiempo.
–Buenas noches –dijo–. Sólo quiero hacerle una pregunta.
–¿En qué puedo ayudarle? –le dije.
–¿Alguna vez ha tenido curiosidad acerca de su futuro? –dijo entre susurros–. Dígame, ¿Quiere mejorar su suerte en el trabajo y en el amor?
–¡No! –le dije inmediatamente.
Ella, asombrada por mi rápida y cortante respuesta, insistió:
–No me diga que nunca ha querido saber sobre su futuro, yo le puedo ayudar, soy bruja y, como puede notar por mi acento, soy del caribe, ahí aprendí el arte de la brujería y la adivinación.
–Sí, bueno… No gracias –le dije mientras me daba la vuelta.
–Le puedo leer las cartas, puedo enseñarle a preparar brebajes con plantas ancestrales para ahuyentar las malas energías, puedo hacer rituales para atraer su fortuna y hasta puedo desaparecer a sus enemigos –volvió a insistir.
–No señora, no me interesa –le dije fastidiado.
–Venga, le voy a leer las cartas y le daré un amuleto para la buena suerte, solo le costará un par de monedas –me dijo mientras me llevaba del brazo hacia una mesa que ella había colocado junto a un árbol.
–¡Qué no entiende que no me interesan sus mentiras, vieja loca! –grité enojado mientras sacudía mi brazo para que ella me soltara. Es que de verdad ya estaba colmado por lo testaruda que era esa señora.
La supuesta bruja se quedó perpleja, con los ojos tan abiertos y tan grandes que parecían dos platos, pero de inmediato frunció su rostro y me respondió:
–¡Cómo te atreves a insinuar que soy una mentirosa, tonto! Ahora comprobarás, a las malas, que mis poderes son reales.
Sacó de su bolsillo un collar muy grande con un dije que parecía ser un pentagrama, envolvió el collar en una de sus manos y se lo llevó hasta su frente, cerró los ojos y empezó a recitar algo en un idioma extraño mientras su otra mano apuntaba hacia mí.
Permanecí de pie frente a ella, levanté mi ceja y simplemente la observé. Varias personas que pasaban cerca de ahí se detuvieron con morbo para presenciar lo que estaba pasando, algunas se asombraron y otras se rieron.
Yo sentí vergüenza por el espectáculo que, sin querer, estaba dando en medio del bulevar; así que me di la vuelta y seguí mi camino sin voltear a ver a nadie, como si nada hubiese pasado…
No creo en la brujería ni en las supersticiones, estoy convencido que aquella mujer era una charlatana buscando dinero fácil a costas de algún incauto, pero como en este mundo todo puede suceder y como la realidad siempre supera a la ficción, tal vez haya una pequeña posibilidad de que la magia sea real y yo esté verdaderamente maldito.
Oren por mi alma y si no muero o me ocurre alguna tragedia en el transcurso de los días, espero continuar posteando nuevos artículos en este blog.
Hace un par de semanas di un merecido paseo por uno de los bulevares más grandes de la ciudad, era alrededor de las 6:30 pm y, por fin, el sol se ocultaba dando paso a toda la psicosis que trae la noche. Andaba a paso constante, ni lento ni rápido, y dirigía la mirada en distintas direcciones apreciando a todos los artistas callejeros que con su música, sus bailes y sus maromas atraen a la gente que transita por la avenida.
De entre la multitud salió una mujer hacia mi dirección. Ella era blanca, como de unos 50 años, llevaba un largo vestido de colores y tenía su cabeza cubierta con un pañuelo del que colgaban monedas.
Intenté ignorarla y continuar mi camino, pero ella aligeró su paso y, estirando su mano como si quisiera tomar un taxi, me decía: “Disculpe, señor ¿Tiene un momento?”
Me detuve, giré hacia ella y le dije: “Claro, aunque estoy con algo de prisa.” Obviamente no tenía prisa de ir a ningún lado, pero ya me imaginaba que esa señora me iba hacer perder el tiempo.
–Buenas noches –dijo–. Sólo quiero hacerle una pregunta.
–¿En qué puedo ayudarle? –le dije.
–¿Alguna vez ha tenido curiosidad acerca de su futuro? –dijo entre susurros–. Dígame, ¿Quiere mejorar su suerte en el trabajo y en el amor?
–¡No! –le dije inmediatamente.
Ella, asombrada por mi rápida y cortante respuesta, insistió:
–No me diga que nunca ha querido saber sobre su futuro, yo le puedo ayudar, soy bruja y, como puede notar por mi acento, soy del caribe, ahí aprendí el arte de la brujería y la adivinación.
–Sí, bueno… No gracias –le dije mientras me daba la vuelta.
–Le puedo leer las cartas, puedo enseñarle a preparar brebajes con plantas ancestrales para ahuyentar las malas energías, puedo hacer rituales para atraer su fortuna y hasta puedo desaparecer a sus enemigos –volvió a insistir.
–No señora, no me interesa –le dije fastidiado.
–Venga, le voy a leer las cartas y le daré un amuleto para la buena suerte, solo le costará un par de monedas –me dijo mientras me llevaba del brazo hacia una mesa que ella había colocado junto a un árbol.
–¡Qué no entiende que no me interesan sus mentiras, vieja loca! –grité enojado mientras sacudía mi brazo para que ella me soltara. Es que de verdad ya estaba colmado por lo testaruda que era esa señora.
La supuesta bruja se quedó perpleja, con los ojos tan abiertos y tan grandes que parecían dos platos, pero de inmediato frunció su rostro y me respondió:
–¡Cómo te atreves a insinuar que soy una mentirosa, tonto! Ahora comprobarás, a las malas, que mis poderes son reales.
Sacó de su bolsillo un collar muy grande con un dije que parecía ser un pentagrama, envolvió el collar en una de sus manos y se lo llevó hasta su frente, cerró los ojos y empezó a recitar algo en un idioma extraño mientras su otra mano apuntaba hacia mí.
Permanecí de pie frente a ella, levanté mi ceja y simplemente la observé. Varias personas que pasaban cerca de ahí se detuvieron con morbo para presenciar lo que estaba pasando, algunas se asombraron y otras se rieron.
Yo sentí vergüenza por el espectáculo que, sin querer, estaba dando en medio del bulevar; así que me di la vuelta y seguí mi camino sin voltear a ver a nadie, como si nada hubiese pasado…
No creo en la brujería ni en las supersticiones, estoy convencido que aquella mujer era una charlatana buscando dinero fácil a costas de algún incauto, pero como en este mundo todo puede suceder y como la realidad siempre supera a la ficción, tal vez haya una pequeña posibilidad de que la magia sea real y yo esté verdaderamente maldito.
Oren por mi alma y si no muero o me ocurre alguna tragedia en el transcurso de los días, espero continuar posteando nuevos artículos en este blog.
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